jueves, 27 de septiembre de 2012


Fausto de Jan Svankmajer (1994)
Ejercicio: Película sin sonido 



All that must disappear
Is but a parable;
What lay beyond us, here
All is made visible;
Here deeds have understood
Words they were darkened by;
Eternal Womanhood
Draws us on high.


Fausto la clásica obra literaria de Goethe, adaptada a la pantalla por el cineasta checo Jan Švankmajer, es sin duda una de sus mejores piezas dentro de su cinematografía.

Realizar el ejercicio de ver una cinta sin sonido,  permite desde mi criterio, una mejor lectura de la imagen. El espectador se adentra sin ningún otro distractor perceptivo a la cinta, pero sin embargo el sonido no desaparece. Nuestro cerebro puede completar el aspecto auditivo de la película; vemos la imagen y la escuchamos.

Esto nos permite obtener una mucho mejor información visual de la imagen, ponemos más atención en la fotografía, en los encuadres, en la iluminación, los cortes, así como en los simbolismos y en la trama de la película.

La historia de un hombre sediento de conocimiento, atrapado en una vida rutinaria y monótona. Despierta en él, el deseo de hacer un pacto con el demonio Mefistófeles a cambio de los servicios de este último y del poder ilimitado de la magia negra durante su estancia en la tierra; a cambio, Fausto (o en la versión de Jan Švankmajer, un ciudadano anónimo) pacta servir en la otra vida al infierno.

La cinta se adapta durante gran parte de su duración hacia un estilo teatral. Pero que sin embargo se ve enriquecido por muchos otros aspectos. En la historia nuestro protagonista pacta con los demonios del infierno al mismo tiempo que representa por su parte, pasajes y partes importantes de la historia de Goethe.

Lo real dentro de la propia diégesis de la trama se mezcla con la ficción, con lo onírico; con la animación cuadro por cuadro hecha a partir de arcilla. Reflejando la desesperación de un hombre que ha pactado su propio destino, dejando su vida en manos de los sirvientes del inframundo. Pero nuestro protagonista no encuentra manera de saciar su hambre de intelecto, de iluminación, de verdad.

Dentro la obra de Jan Svankmajer, podemos observar una multitud de simbolismos, dispuestos no solo en el diseño de producción y de su animación, si no en la misma forma de representar este clásico, en sus personajes y marionetas.

Los objetos inanimados cobran vida, lo irreal se hace tangible, sensorial, perceptivo (las técnicas de animación le ayudan a generar este mundo). El hombre que vende su alma al diablo, representa en escenario (literalmente) su propia tragedia, el mismo escenifica su pecado, su debilidad ante los placeres, su propia soberbia de querer saberlo todo, de encontrarle un sentido último y primordial a la vida.

Tanto en la película como en la obra nuestro personaje falla, engañado por los demonios encuentra una falsa salida a su dilema, su vida misma se convierte en una representación teatral distorsionada, insatisfecha. El hombre entra desde un inicio a un papel  (a una piel ) del que no puede escapar posteriormente.

El uso de títeres y de una mano “divina” que los conduce por el escenario refleja un poco la forma en la que este cineasta narra la historia, nuestro antihéroe poco a poco va realizando una metamorfosis hacia una marioneta, atada y conducida por hilos y lazos. De cierta forma tratando la absurda perdida de control que tiene Fausto sobre su vida,  sobre su libre albedrío, poniendo en tela de juicio la naturaleza misma del hombre, de su relación e inclinación hacia lo malo y bueno.
 
Después de un tiempo la vida fácil  y cómoda que los demonios le han facilitado a Fausto le resulta aburrida, insoportable. Hacia el final de la cinta, el deterioro sobre el personaje es evidente,  sus últimos días están cerca, Mefistófeles no puede esperar por cobrar su parte del trato. En el momento más oscuro y trágico de la obra, Fausto descorazonado recibe la visita de un ángel desde el cielo.  Al final el pobre hombre consigue su liberación gracias a la ayuda divina; quien perdona y hace purgar a Fausto por sus actos.

Sobre los últimos minutos de proyección, logamos divisar como Fausto se libera de sus ataduras, y de las barreras impuestas por la propia escenificación de la obra, al final el pobre hombre sale corriendo del lugar; solo para darnos cuenta que otro Fausto (otro personaje) ha llegado al lugar del anterior, Mefistófeles sonríe.




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